No puedo evitar pensar mientras escribo esta carta con las últimas lágrimas que me quedan que no quiero despedirme. Es demasiado horrible pensar que mañana no veré tus ojos brillantes ni tu sonrisa impecable. Es demasiado horrible pensar que no estarás, que no estaré, que no estaremos. Ya no habrá un “nos”, tan sólo un simple y mortal vacío en el lado de la cama que te correspondía. Tú voz se habrá esfumado y tu olor se irá con ella. No puedo decir que vaya a echar de menos algo de ti, porque no puedo escoger sólo una parte. Se me rompe el corazón al imaginar cómo será el día de mañana y te juro que me quedaría, pero no sería lo correcto y tengo que pensar por los dos…
Siento que me falta el aire y tengo la sensación de que el alma se me ha hecho un nudo que aprieta demasiado. Sin embargo, nadie dijo que esto fuese a ser fácil. Perdóname.
Este es mi adiós.