Profecía

Dicen que hace mucho tiempo había algo llamado noche. Cuentan que el cielo se oscurecía y quedaba poblado por unos pequeños puntos de luz, coronados por una gran esfera plateada que iluminaba el camino de una clase de personas que se llamaban a sí mismos “soñadores”. Dicen que los puntos de luz se llamaban estrellas, que la esfera era la preciosa luna y que, juntas, ayudaban a la mente de los soñadores a viajar lejos y muy alto, a volar entre las nubes y a ver cosas que nadie soñaría con ver… Y es que ese es el problema, que ya no hay soñadores. Porque no hay noche, porque nosotros mismos hicimos que nos la quitaran.

Cuentan que el mundo está protegido por los elementos y que, cuando la humanidad se volvió tan orgullosa como para afirmar que ella era dueña y señora de cada hoja de árbol que crecía, de cada gota de agua que caía, de cada soplo de viento que volaba, de cada chispa de fuego que surgía y dueña de cada corazón puro y bueno que nacía, decidieron poner fin a tanta maldad y nos castigaron con lo único que de verdad parecía importarnos: los sueños.

La tierra, el agua, el viento, el fuego y el corazón se alzaron de sus tronos deslumbrantes y haciendo gala de todo su poder alargaron la mano hacia el cielo y retiraron el manto oscuro pero brillante que cubría el cielo nocturno, revelando la luz del día, apagando las estrellas, desplazando a la luna y, sobre todo, borrando de la faz de la tierra a nuestros queridos soñadores, que tanto bien y tanta falta nos hacían.
Dicen que hace mucho tiempo la gente podía tener la cabeza en las nubes o perderse en la luna, pero desde que nos quitaron la noche todo el mundo vive con los pies bien fijados a la tierra. Sin esperanzas, sin alegría, sin ilusiones… sin sueños.

Sin embargo, no todo está perdido. También cuentan que, un día, un grupo de soñadores despertaría  y que, haciendo lo que parecía imposible, caminando a la luz del día y soñando despiertos, nos ayudarían a recuperar la oscuridad con todos sus puntitos de luz y toda la magia que conlleva. Nos ayudarían a volver a volar y a viajar y a reír y a jugar. Nos ayudarían a volver a soñar.



TRASLUZ, COLONIAS Y MONITORES.

Uno de mis muchos defectos es que no sé expresar en palabras lo que pienso. Puedo dar una idea general de lo que quiero decir, pero soy incapaz de recitar cada palabra y cada sentimiento que tengo en mente. Puedo escribirlo (o, al menos, intentarlo) pero me no me veo capaz de decirlo en voz alta. Y menos con 40 personas mirándome. Con 80 pares de ojos clavados en mí, reflexionando acerca de lo que digo y comparando mi experiencia con la suya. No lo parece, pero me impone y, al final, cuando veo que la garganta se me cierra y que las lágrimas comienzan a tratar de hacer carreras por mis mejillas, me siento involuntaria e irremediablemente atraída a dejar de lado la parte seria del asunto, aunque sea un momento. Porque me pone nerviosa que me miren mientras hablo de mis sentimientos. Porque se me da mejor reír. Así que, allá voy:

Preguntaban qué han cambiado las COLONIAS en mi vida y puedo afirmar sin equivocarme que las COLONIAS no es que hayan cambiado un aspecto o dos de mi vida, sino que la han trastocado por completo. Tengo muy claro que yo no sería yo, si no hubiese sido partícipe de un proyecto tan bonito y trascendental como el que predica TRASLUZ. Sé con una seguridad férrea que la Irene de hoy en día jamás hubiera existido, sería una persona completamente desconocida, abocada al absoluto vacío. Porque sin TRASLUZ y sin las COLONIAS jamás hubiese aprendido a quererme y valorarme como soy; a ver que cada persona es diferente y especial y que es eso lo que enriquece cada día de nuestra vida; y a darme cuenta de que un mundo mejor es posible, porque el granito de arena que aportamos cada uno va formando poco a poco una gran montaña de amor, justicia, igualdad y felicidad.

Pienso, y sé que es cierto, que el mundo perfecto está formado por un conjunto de luces que brillan con la intensidad de mil estrellas. Y, aunque hay personas demasiado ciegas para vislumbrar, siquiera, un destello de esa energía que el mundo perfecto crea, eso no significa que no exista, sólo que resulta más difícil encontrarlo. Las COLONIAS forman parte de esas luces y los MONITORES son las personas que hacen que eso sea completamente posible, porque son esos superhéroes que mantienen y alimentan esa luz que nos empuja a buscar ese mundo maravilloso que los ciegos e incrédulos nos impiden ver del todo.

Cuando llegué a las COLONIAS mi mundo era tan oscuro como parece serlo el de mucha gente, pero los MONITORES, con sus valores, sus juegos, su sonrisa, su cariño, su compañía, su amistad y su maldita manía de aceptarte y valorarte por cómo eres, me mostraron esa luz cálida y acogedora que, aunque no lo sabía entonces, sería la que guiaría mi vida a partir de ese entonces. Porque lo que enseñan es algo tan precioso que sientes que quieres ser parte de ello. No te vale observar. No te vale aplaudir sus logros. NECESITAS agarrar esa luz y no soltarla nunca, porque una vez que la has visto es imposible olvidar lo bella que es y lo bien que te sientes dentro.

Los MONITORES han sido, son y serán mi referente. Les quiero por como son y por cómo viven su vida día a día y, aunque ahora pertenezco a su grupo, siento que jamás dejaré de aprender de ellos y de querer ser cómo ellos. Son mi luz. La mía y la de mucha gente. Y se ve claramente en su esfuerzo, en su dedicación y, sobre todo, en la buena fe que ponen en todo.


Por todo lo que han hecho, por lo que siguen haciendo y por lo que harán: gracias por enseñarme el buen camino, con sus ventajas y sus inconvenientes. Muchísimas gracias. Estoy muy orgullosa de vosotros.


"Somos amigos. Pero..."



Cobijada en la oscuridad de su habitación, tumbada sobre la cama y con los ojos puestos en un techo que realmente no ve debido a la negrura que se apodera de todos los rincones, trata de encontrar algún sentido capaz de expresarse en palabras a todo lo que pasa por su cabeza.
Sus pensamientos en esos instantes podrían asemejarse con una precisión casi aterradora a esos auriculares que sacas de tu bolsillo después de estar en ese mismo lugar durante un día entero. Están tan enredados unos con otros que parece prácticamente imposible desenredarlos. Y podría haber sido algo más romántica a la hora de buscar un símil que se adecuase a su situación, pero no cree que sea necesario. Lo que busca es claridad y demasiado confusa está ya como para, además, añadirle a su vida una poesía y una retórica que ni necesita ni se entiende.
Respira hondo y, a tientas, se levanta a abrir la ventana. No tener el control de su vida la frustra y, aunque trata no pensar en ello, es algo que flota en el aire. Como un pálpito. Insistente y prolongado.
Cuando vuelve a tumbarse, chasquea la lengua, cierra los ojos y mentalmente estira hacia los lados, hacia arriba y hacia abajo todos sus pensamientos con la esperanza de que algún perezoso no se haya agarrado bien y pueda separarlo del resto. Para tener un hilo del que tirar. Un comienzo.
Afortunadamente y no sin esfuerzo, lo consigue. Dos palabras se despegan de la masa pegajosa y confusa de su mente: “Somos amigos”.
Y cuando comienza a pensar que ha encontrado por fin su camino, una espantosa palabra se suelta sola de aquella maraña aparentemente indestructible, poniendo fin a aquel rayo de luz y sumiéndola de nuevo en la profunda confusión: “Pero…”

Dorothy.

Recuerdo perfectamente el cielo gris.
Y la casa volando.
Y el tornado.
Y lo recuerdo porque lo han marcado como el principio de todo, el génesis, el origen. No importa lo que ocurrió con anterioridad, lo que importa es ese momento en el que comienza el vendaval y lanza todo por los aires, catapultándolo a una nueva dimensión que hace que todo tiemble y se estremezca. Que hace que todo cambie, que tú seas distinto, que yo sea distinta.

Mi nombre es Dorothy Gale y ya no estoy en Kansas.


Hasta pronto, pajarito.


La suma de ciertos años, algunos meses y muchísimos días me lleva hasta ti. Hemos pasado tantas cosas que me pasaría media vida tratando de recordarlas todas y otra media haciendo la lista de nuestros mejores momentos que, sin duda, ocuparía unas cuantas decenas de folios por las dos caras. Sin márgenes. Y me apuesto lo que quieras a que siempre me dejaría algo. Excepto tu alegría. Y tus ojos brillantes.
Fácilmente podría tirarme las tardes hablando de ti con quién fuera con la imprescindible e insistente muletilla de “recuerdo que…”. Has sido una parte muy importante de mí. Me has ayudado a crecer como persona y, aunque al final el resultado no ha sido demasiado bueno debido a mis múltiples meteduras de pata, creo que es más que necesario darte las gracias. Además, me estás ayudando a madurar, aunque tú no te des cuenta. Porque, como dijo una persona a la que admiro, “todo sucede por una razón, ¿quién me dice que esto es todo?”.
Me apena todo lo que ha pasado y ojalá existiese una máquina del tiempo para volver atrás y comenzar de nuevo. No obstante, si se hiciese eso no aprenderíamos nada de esto. Y ahora me doy cuenta. Estaba haciéndonos daño porque soy demasiado cabezota como para ver lo evidente. Pero no te preocupes, ahora lo sé. Probablemente no leas esto, pero, si lo haces, sonríe porque vales mucho. Nuestros caminos se separan pero una parte de mí siempre se quedará contigo.
Ahora tengo que dejarte volar libre, pajarito.

"Nadie dijo que fuese a ser fácil", pero nosotros podemos con todo.


Trago saliva, cojo mi maleta del suelo y miró hacia atrás antes de dar el primer paso que me alejará para siempre de la vida que conozco. El aire está impregnado del humo del tren de vapor que me llevará a un destino impreciso y desconocido, y el viento gélido, que nos azuza a todos a movernos para entrar en calor, hace que los mechones de pelo que el moño no ha podido recoger vuelen libres al son de una canción que sólo ellos saben.
Sé que fue cruel despedirme de él con una miserable carta en la que, de todos modos, tampoco explicaba los motivos de mi marcha, pero esto es lo mejor para ambos. El Destino se ha interpuesto entre nosotros demasiadas veces desde que nos conocimos y, por mucho que me duela, no puedo evitar pensar que es porque, en realidad, no estamos hechos el uno para el otro. Sólo estamos hechos para destruirnos mutuamente. No nos pertenecemos y no nos hacemos bien. Ni yo a él, ni él a mí. Somos como niños que juegan con fuego y, después de quemarse, vuelven a las andadas. No puede ser, y si me hubiese quedado para decir adiós en persona, jamás hubiese podido salvarnos a ninguno de los dos.
Como dije en la carta, “nadie dijo que fuese a ser fácil”, pero esto es lo que nos ha tocado vivir. Esto es lo que somos. Y, sí, claro que desearía que apareciese y me impidiese alejarme de él, pero es demasiado egoísta por mi parte pensar en esa posibilidad. A la larga, será más feliz sin mí. Lo sé. No más dolor, no más pena, no más incertidumbre.
El silbato del tren retumba en toda la estación y provoca que unas tímidas lágrimas asomen en mis ojos enrojecidos. Es la hora de decir adiós definitivamente. Me acerco a uno de los revisores del tren para ofrecerle mi billete y, justo cuando voy a entrar en aquel trasto de metal, lo oigo y siento que mi determinación se rompe.
—¡Espera!
Con el corazón hinchado de una alegría que no debería sentir, me alejo del revisor y allí le veo: corriendo entre la gente, abriéndose paso a codazos y con mi carta entre las manos. No lleva chaqueta a pesar del frío que hace, pero no parece importarle. Tiene sus ojos fijos en mí y me suplica con la mirada que no me vaya, que me quede a su lado. Sus ojos me recuerdan todas las promesas que nos hemos hecho a lo largo de los años y hacen que mi maleta comience a pesar una verdadera tonelada.
—¡Por favor, espera!
Y en ese momento no me importa nada. Mi mente tira a la basura las razones que había recopilado cuidadosamente para poder enfrentarme a esa situación y me obliga a soltar la maleta para que mis piernas puedan correr más rápido.
Y, mientras nuestros pasos cada vez nos acercan más el uno al otro, le hago una mueca burlona al Destino, restregándole en la cara la verdad más absoluta de todas: nosotros podemos con todo.

"Nadie dijo que fuese a ser fácil" porque no lo es.



¿Para qué negarlo? Cuando leí la carta no me creí nada. Grité su nombre una y mil veces en el vacío oscuro de la casa, porque no podía haberse ido. No podía haberme dejado solo. Aquello carecía absolutamente de sentido. Y qué decir tiene, que saboreé una decepción descomunal cuando nadie respondió, cuando todo se quedó en silencio y mis lágrimas comenzaron a rodar por mis mejillas para llegar al amargo suelo. Un suelo que, por lo que parecía, ya sólo sería el soporte de uno.
Con la carta arrugada entre las manos, me apresuré para acercarme al interruptor de la luz para poder llegar a nuestra habitación sin chocarme con nada. Suficiente roto tenía el corazón ya, no quería romperme también una pierna.
Cuando abrí el armario, comprobé, dolorosamente, que sus cosas habían desaparecido, que el hueco en el que habían estado expuestas sus pajaritas ahora estaba desconsoladamente vacio, que las perchas en las que habían estado colgados sus pantalones de colores  pendían solas y oscilantes y que todas sus gafas de pasta se habían esfumado como el humo de un cigarro al salir por la ventana.