La suma de ciertos años, algunos meses y muchísimos días me lleva hasta ti. Hemos pasado tantas cosas que me pasaría media vida tratando de recordarlas todas y otra media haciendo la lista de nuestros mejores momentos que, sin duda, ocuparía unas cuantas decenas de folios por las dos caras. Sin márgenes. Y me apuesto lo que quieras a que siempre me dejaría algo. Excepto tu alegría. Y tus ojos brillantes.
Fácilmente podría tirarme las tardes hablando de ti con quién fuera con la imprescindible e insistente muletilla de “recuerdo que…”. Has sido una parte muy importante de mí. Me has ayudado a crecer como persona y, aunque al final el resultado no ha sido demasiado bueno debido a mis múltiples meteduras de pata, creo que es más que necesario darte las gracias. Además, me estás ayudando a madurar, aunque tú no te des cuenta. Porque, como dijo una persona a la que admiro, “todo sucede por una razón, ¿quién me dice que esto es todo?”.
Me apena todo lo que ha pasado y ojalá existiese una máquina del tiempo para volver atrás y comenzar de nuevo. No obstante, si se hiciese eso no aprenderíamos nada de esto. Y ahora me doy cuenta. Estaba haciéndonos daño porque soy demasiado cabezota como para ver lo evidente. Pero no te preocupes, ahora lo sé. Probablemente no leas esto, pero, si lo haces, sonríe porque vales mucho. Nuestros caminos se separan pero una parte de mí siempre se quedará contigo.
Ahora tengo que dejarte volar libre, pajarito.