Cuando llegamos, me sorprende lo rápido que
ha pasado el tiempo. Me han parecido dos minutos, cuando en realidad debe de
haber pasado una hora. O quizá algo más. No estoy segura, hace mucho que perdí
la noción del tiempo y él no hace más que empeorar la situación. Su estúpida
sonrisa y sus estúpidos ojos me desestabilizan, me erizan el vello de la nuca y
hacen que quiera quedarme plantada allí, delante de ellos, para siempre. Pero
no podemos, porque nuestros caminos siempre se separan. Es inevitable. Es
ineludible. Es completamente cierto.
Bajo la luz de una farola que tiene pinta
de haber estado allí puesta desde hace demasiados años, nos quedamos
completamente quietos, observándonos, temiendo respirar demasiado alto, a
escasos centímetros el uno del otro. Estoy deseando que se acerque más, que me
acaricie con aquellas manos que el cielo ha tenido la bondad de brindarle, pero
no lo hace. Le gusta verme sufrir. Así que me acerco más y me humedezco los
labios, tratando de ponerle nervioso. Y funciona.
Con determinación, pone su mano derecha en
mi cintura, bajo mi chaqueta y, aunque hace frío, comienzo a sentir calor.
Pongo mis manos alrededor de su cuello, cruzo el mínimo medio paso que aún nos
separaba, haciendo que su boca quede a milímetros de la mía, y espero. Espero
una milésima de segundo, luego dos, tres, cuatro… Parece una eternidad, me queman
los labios y que sus manos estén rozando mi cuerpo no ayuda demasiado, pero me
obligo a esperar, a ser paciente, porque las prisas no son buenas, por muy
nerviosa que me esté poniendo estar tan cerca sin poder hacer nada.
Y cuando siento que voy a volverme loca y
decido atravesar la ridiculez de espacio que aún separa su boca de la mía, él
sonríe y me besa. Y me da igual saber que dentro de poco tendrá que decirme
adiós y que yo tendré que verle alejarse hasta perderle de vista una vez más.
Porque lo que me importa es el ahora, el hecho de que sus manos recorren mi
espalda y mi cintura y que su boca, ávida, provoca un agradable e insistente
cosquilleo en todo mi cuerpo. Lo único que me importa ahora es que él me abraza
y que yo le abrazo, que, por un momento, él es mío y yo soy suya.