-No lo entiendes y no creo que puedas llegar a hacerlo. Por mucho que se diga “nunca digas nunca” creo, sé, que jamás podrás llegar a sentir por nadie ni la tercera parte de lo que yo siento por ti. No es una cuestión de egocentrismos, ni de megalomanías, es simplemente una verdad constatada por hechos que me dan la razón absoluta en este tema. Me apoyo en la pared y me cruzo de brazos. No sé si espero una respuesta o un silencio ante aquella acusación. No sé si quiero que se vaya o que me bese. No soy capaz de pensar con claridad, sus ojos me taladran de una manera que contrasta poco, o nada, con mis palabras duras y tajantes. Sus labios se curvan en una mueca de disgusto que desearía poder arreglar. No obstante, no puedo… Tengo que mantenerme firme. No podré vivir sin él pero tampoco puedo vivir eternamente sin saber qué es lo que quiere, cuáles son sus planes. Quizá podría haber sido algo más cariñosa a la hora de hablar pero, si hubiese sido así, sé por experiencia que no se hubiese tomado en serio ni una sola de las palabras que he pronunciado. Su carácter se lo impide. -No sé qué esperas de mí…-dijo por fin-. Yo… tú sabes que… Suelto un bufido de exasperación y me acerco un paso a él. Me aparto el pelo de la cara y me mojo los labios con la lengua antes de hablar: -No es cuestión de palabras. Es cuestión de cómo te sientes al mirarme, ¿me quieres? Dímelo con los ojos. Sin embargo, aquello nunca sucede. Me despierto en mi cama, intentado respirar dentro del gran océano de lágrimas que me inunda el rostro y, a buen seguro, también el corazón.
Saboreé la victoria más grande, me hundí en el fracaso más absoluto y experimenté la ley de la gravedad en mis propios huesos. Porque todo lo que sube, baja. La razón de esto tiene nombre: Karma. Una fuerza implacable que arrastra todo a su paso, cuyas leyes se resumen en una pequeña frase (todo lo que das lo recibes, ya sea bueno o malo) y cuyo respeto está en los demás. Es la justicia del destino ya que nada ocurre al azar, ninguna acción tiene en sí un fin insignificante, efímero. Cada pequeño acto del universo ocurre por un motivo que escapa a nuestro entendimiento y que sirve para crear algo mucho más grande, algo que está por encima de nosotros. Las coincidencias no existen. ¿Mi consejo? Pues como dirían Timón y Pumba: “Hakuna matata, vive y deja vivir”. Se feliz y deja que los demás lo sean porque la libertad de cada uno termina donde empieza la del otro.