Sólo idiotas.

Le observo desde detrás. En principio no parece gran cosa, viste bien pero no es nada del otro mundo. Lo que importa, lo que hace que sonría como una idiota, son sus ojos... Y su boca.
Nos estamos ignorando el uno a otro y puede que sea por ese fastidioso problema con el idioma pero, en el fondo, sé que hay alguna razón más. Porque siempre nos hemos esforzado por entendernos, porque nunca nos hemos dado por vencidos. Sin embargo, algo ha cambiado. Un sentimiento absurdo y profundamente idiota se ha aportado de todo lo que nos rodeaba y ahora, tanto él como yo, estamos en un punto muerto del que todos huyen y del que muy pocos regresan.
Respiro hondo y él gira levemente la cabeza. Sabe que estoy detrás de él, al igual que yo sabía que él estaría allí. Estamos pendientes uno del otro y, aunque ninguno de los dos pronuncie la primera palabra, nos cuidamos mutuamente. Lo cual es una idiotez. Lo de no hablar digo. Si tanto nos importamos el uno al otro ¿¡Por qué demonios no lo decimos!?


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