“Todo ente que
camina por la senda del sentimiento termina estrellándose contra el muro más
próximo. No puede esquivarlo, no importa el empeño que ponga en ello. Su esfuerzo,
en ese caso, valdrá nada.”
Si cierro los
ojos, aún puedo escuchar nítidamente aquellas desalentadoras palabras heladas.
Durante algún tiempo no supe cuál era el objetivo que guardaban. Cuando lo
supe, me costó decidir si creer en él. Y ahora, tras decidir que mi destino tan
sólo lo controlo yo, comienzo a vislumbrar el muro. Probablemente me choque
contra él, pero mis piernas no me obedecen. No frenan. Se niegan a dejar
escapar la oportunidad de salvarlo. Mi subconsciente y mi corazón han llevado a
cabo una alianza férrea para combatir los designios del cerebro. “No existen
las consecuencias, sólo el paso al frente”, ese es su más aclamado lema.
Intento
mantenerme al margen, no quiero enloquecer en una de sus múltiples batallas,
pero cada vez que ladeo la cabeza hacia alguno de los lados, sus cálidos ojos me
ciegan y me alío con el subconsciente y el corazón el tiempo justo para
otorgarles una nueva victoria sobre el cerebro. Ese es el secreto de su continuo
avance irrefrenable.
Sin embargo, a estas alturas
ya me importa poco. Veo el muro, sí, pero también le veo a él. Me está
esperando. Y sonríe.
La amistad es injusta.
Suena mal y algunos diréis que me equivoco, estáis en vuestro sano derecho
de no creer lo mismo que yo. Sin embargo, mi creencia se basa en que ninguna de
las partes de esa amistad aporta lo mismo.
Unos dan hasta la vida por mantener viva la llama que les une, otros se dejan
llevar por los acontecimientos que les van saliendo al paso y otros ven la vida
pasar sin preocuparse por el que tienen a su derecha... O a su izquierda.
Todo es efímero, aunque está más que claro que desearía que no fuese así. Las
cosas van y vienen, las amistades cruzan la vida de cada uno como estrellas
fugaces que uno desea que se queden más tiempo. Gracias al cielo, algunas duran
más que otras. No obstante, al final, por circunstancias que nadie controla y
que todos odiamos, esas estrellas desaparecen o se terminan confundiendo entre
los miles de puntos brillantes que conforman el cielo de nuestra existencia.
Puede parecer que el mensaje que trato de transmitir es desalentador pero mi
intención es totalmente contraria. El fin que persigo con estas palabras es
hacer ver al micromundo formado por la unión de todas vuestras bellas cabecitas
que, aunque perder un amigo es una de las cosas que mayor tristeza nos causan,
hay salida. Ese terrible abismo es salvable y todos podemos con él.
Quizá sea cuestión de autoconvencimiento. Quizá no.
Por lo pronto, tan sólo puedo deciros con seguridad que de todo se sale.
Os
quiero.