Muro y sonrisa.


“Todo ente que camina por la senda del sentimiento termina estrellándose contra el muro más próximo. No puede esquivarlo, no importa el empeño que ponga en ello. Su esfuerzo, en ese caso, valdrá nada.”
Si cierro los ojos, aún puedo escuchar nítidamente aquellas desalentadoras palabras heladas. Durante algún tiempo no supe cuál era el objetivo que guardaban. Cuando lo supe, me costó decidir si creer en él. Y ahora, tras decidir que mi destino tan sólo lo controlo yo, comienzo a vislumbrar el muro. Probablemente me choque contra él, pero mis piernas no me obedecen. No frenan. Se niegan a dejar escapar la oportunidad de salvarlo. Mi subconsciente y mi corazón han llevado a cabo una alianza férrea para combatir los designios del cerebro. “No existen las consecuencias, sólo el paso al frente”, ese es su más aclamado lema.
Intento mantenerme al margen, no quiero enloquecer en una de sus múltiples batallas, pero cada vez que ladeo la cabeza hacia alguno de los lados, sus cálidos ojos me ciegan y me alío con el subconsciente y el corazón el tiempo justo para otorgarles una nueva victoria sobre el cerebro. Ese es el secreto de su continuo avance irrefrenable.
Sin embargo, a estas alturas ya me importa poco. Veo el muro, sí, pero también le veo a él. Me está esperando. Y sonríe.


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