Que especial es levantarse por la
mañana y mirarle y ver cómo abre los ojos y sonríe, porque eres lo primero ve
que nada más despertarse. Que especial cuando, esperando a que vuelva a
dormirse, porque aún es muy temprano, notas como su mano busca tu pelo y lo
acaricia suavemente, mientras su respiración te roza la frente.
Que especial es sentir su piel
bajo la ropa, para después quitársela lentamente, mirándole a los ojos, que le
brillan como si hubiesen absorbido la mitad de las estrellas del firmamento.
Que especial es el momento en el que se tumba junto a ti y te enreda entre sus
brazos y sus piernas, porque aunque vuestras pieles ya están completamente
unidas, la cercanía nunca es suficiente.
Que especial cuando, con una
sonrisa que se le marca en la voz y se le intuye en los labios, te dice que te
quiere. Que especiales todos esos abrazos y que especial cuando te da la mano y
juega con tus dedos y tu palma, porque no se puede estar quieto, porque cada
caricia, por pequeña que sea, resulta maravillosa.
Que especiales todas esas tardes
de paseos, de pelis, de series, de sexo, de charlas, de no hacer nada y de
hacerlo todo. Que especial compartir gustos y compartir la vida.
Y que poco especial cuando no
eres la única. Cuando todo eso, él también lo comparte con otras. Pero ahí
sigues, porque confías en que algún día decida que mereces la pena, que cuando
te elige, no resta, suma. Y, sobre todo, ahí sigues porque, a pesar de todo y a
pesar de que duela muchas veces, le quieres. Todo esto, mientras una pequeña
gran parte de ti no deja de llamarte tonta.
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