La Galia.

He vuelto de un lugar maravilloso lleno de gente espléndida.
He regresado de una aventura en la que teníamos que vencer a un malvado César que nos invitaba a observarle en su piscina de goma particular, que nos hacía besar sus numerosos carteles de promoción, que nos tenía esclavizados, humillados, encarcelados… pero que, al final de su historia, comprendió los valores que nuestro pueblo divulgaba y decidió hacerse uno más de nosotros. Nuestro querido Julito.
He llegado desde un lugar que está algo perdido en tiempo y en el espacio y que está poblado de las más variopintas personas: un druida que perdió la memoria y se olvidó de los ingredientes que formaban la poción capaz de derrotar al Imperio Romano de nuestros corazones, una “bolita gala” a la que le encanta el jabalí y que siempre ayuda a sus amigos, un varón de pelo y bigotes rubios que “¡pequeñito pero matón!”, un jefe galo de cuyo nombre sigo sin acordarme que fue destituido como jefe por un romano muy autoritario, un bardo con una voz tan poco melodiosa que haría huir incluso al más duro de los ejércitos…
Todas estas personas nos han enseñado a lo largo de los quince días de mi ausencia que todos somos iguales y que la dignidad de la persona está por encima de cualquier capricho humano que implique la violencia, ya sea física, verbal o psicológica.
A lo largo de estos quince días el druida ha ido recordando los ingredientes de la poción que había perdido: capacidad crítica y no pasividad; tolerancia y respeto; esfuerzo y superación; ser tú mismo, compartir; no violencia y perdón; compañerismo y cooperación; justicia y solidaridad; amor y amistad. Y todo esto nos ha demostrado lo verdaderamente importante del mundo, de las personas y de nosotros mismos.
A lo largo de estos días he vivido muchas cosas, he sentido y he hecho sentir a muchas personas pero, sobre todo, mi mayor recuerdo sois vosotros.

COLONIAS’11 ¡Somos GALOS!

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