Es lo más importante. Eso es lo que dice él. Las ideas que perduran, ya sean buenas o malas. Ideas de amistad, de amor, de celos o de ira. Él pone por encima de todo las ideas que se mantienen constantes en nuestra mente. Valora positivamente, por ejemplo, una relación amorosa y negativamente, siguiendo con el ejemplo, el odio que las personas pueden sentir por otras. Pero no le da la importancia que otros insisten en otorgarle a esas acciones más o menos duraderas. Y es precisamente por eso, porque son pasajeras. Van y vienen y como prueba me dijo una frase que todos conocemos y que a nadie le ha pasado desapercibida nunca: “Del amor al odio hay un paso”.
De acuerdo con él, las ideas que representan esas acciones son las que nos deben preocupar ya que esas, una vez han traspasado las barreras de la cordura y se han implantado en nuestra cabeza y corazón ya es imposible expulsarlas. No importa cuánto ni cómo lo intentes, no importa que luches contra ellas, que te resistas a su control. De nada servirá. Finalmente, sucumbirás de nuevo a su influjo y cometerás los mismos errores y parecidos aciertos.
Repito: es su opinión.
Para mí, el pasado y el futuro son términos relativos que, en realidad, no existen. Tan sólo el presente, que es el que estamos viviendo ahora, es decir, ya, es el que realmente tiene sentido. Por ese mismo motivo, llego a la conclusión de que lo que sentimos en el presente, ya sea bueno o malo y contradiciendo lo que él piensa, es lo que de verdad importa porque esos sentimientos son los que condicionan nuestro comportamiento actual, hacia nosotros mismos y hacia los demás. Nos marcan un camino que seguir, nos dan un propósito. Mientras que la simple idea del amor, de los celos, del odio o la amistad no basta para definirnos, no basta para hacernos las personas que somos o que, probablemente, seremos.
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