Gritos agónicos de pena brotaban de su boca color crema y sus negros ojos, enormes en proporción, sollozaban sin descanso al son de la canción que el músico tocaba sin descanso.
A su dolorido corazón, que ya no parecía estar en la parte izquierda de su pecho, claro estaba que le quedaba un largo trecho para conseguir amar otra vez.
Y él, que se había marchado de su lado, siguiendo la terrible senda que conduce al pecado, ajeno al estado de la joven dama vivía.
Mas largo tiempo no duró aquello, ya que la dama de ojos negros albergaba en lo más profundo un psicótico sentimiento que la destrozó por dentro y la impulsó a ir al encuentro del amado traidor que con otra dama no tan joven la engañó.
Aferró un puñal envenenado, se acercó a su pecho, él le dijo “Perdonadme la vida, os lo ruego” y ella le contestó “Yo te rogué que no te marcharas y tú emprendiste tu camino sin volver siquiera la mirada”.
La dama, sin atender a más explicaciones, hundió en la carne del cuerpo del hombre el arma emponzoñada y cuando este cayó al suelo, inmóvil y bien muerto, la dama se sentó a su lado y al grito de “¡Siempre te quise, mi amado!”, se clavó el cuchillo del diablo en lo más profundo de su ser para, y por siempre, yacer junto a él.
que cierto!
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