Viva el masoquismo.

Apenada y contrariada por los sucesos de aquel largo día, me alejé despacio del que nunca había sido mi hogar.
¿Pero cómo podía llamar hogar al lugar donde habían acontecido los peores momentos de mi vida?
El sol comenzaba a lanzar sus últimos destellos antes de desaparecer en el horizonte. Me costaba creer que hubiese hecho un día tan estupendo ya que no contrastaba nada con mi estado de humor. Si el clima fuera justo y me otorgara lo que mis sentimientos demandaban, habría habido una gran tormenta que hubiese desembocado en una semana ininterrumpida de nevadas y frío, mucho frío. Pero el clima es una fuerza de la naturaleza implacable que no se deja convencer por nadie, cuya ley son sus deseos.
Caminé por las caldeadas calles con la cabeza gacha y arrastrando levementelos pies, mientras esquivaba a las desconsideradas personas que no hacían ni el ligero esfuerzo de moverse unos centímetros para dejarme continuar mi travesía de ilusoria miseria.
Cuando vi que mis piernas, cansadas de andar, amenazaban con arrojarme a la fría y dura acera, me senté en uno de los múltiples bancos que había a mi alrededor y, mientras me frotaba distraídamente las pantorrillas doloridas, me dediqué a observar el mundo que me rodeaba y que tan pocas veces se me había permitido ver.
Pese a mi ánimo, todo se veía hermoso: el sol brillaba, se oían los cánticos de los pájaros, el aire olía a pan y la gente que pasaba parecía estar rebosante de felicidad. Una cosa más que me impulsaba a odiarla. Aunque, en realidad, siendo sincera, no era odio lo que sentía sino envidia: yo, que estaba acostumbrada al frío aparente de la mansión Weeky Hart y a los rostros sombríos, hipócritas y perfectamente aliñados de mis parientes, envidiaba a aquella gente que, sin ninguna duda, tendrían una vida más satisfactoria que la mía propia.
Millones de veces me había preguntado por qué continuaba viviendo con aquellas personas malvadas y desdeñosas, capaces de lo imposible por sus ambiciones; y millones de veces mi cabeza y, sobre todo, mi corazón me habían respondido lo mismo.
ÉL. ÉL. ÉL. ÉL. ÉL.
Puse lo ojos en blanco y me levanté del banco, dispuesta a volver a la lúgubre casa junto a las personas que se hacían llamar socarronamente mis parientes. Y mientras caminaba hacia mi nueva perdición, teniendo en mente tan solo los brillantes ojos de aquel chico que una vez me demostró que nadie es malo del todo, pensé: “Viva el masoquismo”

2 comentarios:

  1. Dicen que el lugar de uno es donde esta su corazón , tal vez si que se le pueda llamar hogar a esa oscura mansión.

    Septiembre te felicita por tener un blog tan fantástico , te seguirá.
    Saludos por parte suya y de sus gotas :)

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  2. Gracias por leer mi blog ;) Siempre es un alago que gente como tú se interese por lo que escribo!

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