No vale la pena.

Las 22.45. Sigo aquí, con mi vestido de noche. Espero. Le espero.
Me pregunto si de verdad pensó alguna vez en mí como algo más que una amiga. Siempre me ha tratado muy bien. Era cariñoso, dulce y agradable. Pero jamás me ha mirado con amor o deseo, como cuando la mira a ella, y, sin embargo, iba a ir al baile conmigo. No se lo había pedido a ella, a la chica de pelo rubio y curvas de vértigo que con una sola mirada te hacía temblar y parecer lo más pequeño que existe. Pero yo no soy tonta y sé de sobra que era lo que más deseaba. Entonces ¿Que pretendía invitándome a mí, su hermana?
Las 23.03. Me cruzo de brazos y miro a mi alrededor ¿vendrá?
Nos conocimos en segundo de primaria y desde aquel momento habíamos sido inseparables, los mejores amigos, sabíamos cada detalle el uno del otro. Me había empezado a gustar en sexto de primaria y a partir de ahí había intentado seducirle, pero él se fue enamorando de mi hermana, que era un año más mayor que yo y que había basado su vida en una dura espiral contra mí de putadas, jodiendas, mortificaciones… En fin, como queráis llamarlo. Aún así, y aunque él sabía perfectamente lo maléfica e interesada que era ella, decidió no hacer caso a mis advertencias y cerró los ojos ante su oscuridad para quedarse sólo con el placer carnal, como habrían dicho mis abuelos.
Las 23.12. ¿Cuánto tiempo llevo esperando? ¿Acaso me invitó para hacerme una broma?
Una lágrima rodó por mi bronceada mejilla. Ya no vendría, claro que no. Era una soberana estupidez seguir esperando por él. Probablemente me habría invitado al baile para tener unos momentos de pasión con mi hermana sin que yo les molestara. Ya me imaginaba cuales habrían sido sus pensamientos: “La invitaré al baile, ella me esperará allí indefinidamente porque le gusto y yo podré tirarme a su preciosa hermana sin que ella merodeé por ahí”. Y estaba segura de que ahora estarían en casa, haciéndolo en el sofá y riéndose de mí, la pobre idiota de pelo rizado.
Miro al cielo y me estremezco, comienza a refrescar y las lágrimas que repentinamente están haciendo una carrera por mis mejillas parecen volarse hacia los lados con el viento.
-No vale la pena.
Un chico se acerca lentamente a mí. No sé su nombre, pero recuerdo haberlo visto en clase mirándome con una sonrisa. Justo como está haciendo ahora.
Intento una sonrisa y me secó las lágrimas con un cleenex que me da. No vale la pena. ¿Cuántas veces me habrían dicho eso mis amigas?
Las 23.29. El chico me invita a bailar.
¡Qué demonios! No iba a venir, está demasiado ocupado con sus temas “amorosos”. Además aquel chico rezuma simpatía y yo lo que necesito ahora es reírme y pasármelo bien, por todo el tiempo que he sufrido en vano.
Le cojo la mano que me ofrece y le digo:
-Cierto, no vale la pena.

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