Con los ojos cerrados y la boca entreabierta espera aquel beso que no llegará nunca, espera las caricias que la harán estremecerse o la voz de aquel que habita en sus sueños.
Anhela la dulzura que reside en los latidos que a él le dan la vida y que a ella le están matando. Nunca se ha considerado especialmente cariñosa o dulce, a primera vista parece extrovertida pero si se la conoce bien se descubre que es bastante tímida, por eso siempre le observa desde la distancia, muda cuando su voz se la lleva la brisa porque sus cálidos ojos parecen divisarla entre la multitud.
Sabe que nunca será suyo y lo lamenta por ella y por él, pues la afortunada que parece tenerle encandilado tiene una fama de meretriz bien merecida, como ella pudo comprobar aquella tarde de invierno en su propia casa cuando ella y su hermano se envolvían en las vaporosas sábanas de su cama para calentarse mutuamente ante la obvia falta de ropa.
Pero ella nunca tendrá el valor de confesar su triste descubrimiento ante él, por eso cuando ella acude a su lado y posa sus hipócritas labios en su lisa y perfecta mejilla, se da la vuelta y se aleja con el corazón en un puño y el alma en los pies.
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