Ya es la tercera vez en el día que tengo que salir corriendo porque casi me encuentran, y entre las idas y venidas a toda prisa desde la estación del tren a la parada de taxis y de la parada de taxis a la estación del tren, he perdido, con el nerviosismo y las prisas, la preciosa gorra de béisbol que me regaló mi primo en mi último cumpleaños y veinte euros. Hoy me quedo sin comer.
Ahora me encuentro en algún punto del territorio noruego, intentando (y consiguiendo por el momento) escapar de algo mucho peor que la mafia o la policía internacional, las cosas que más aterrorizaban al prófugo de mi padre, y es que la tendencia a verse obligados a huir me parece que viene de familia: mi madre también huyó de casa, pero por motivos muy diferentes a los míos. En fin, a lo que me dedicaba yo era a huir de la rubia y verdadera novia de Jacques, y digo verdadera porque, sí, yo era “la otra”, como se suele decir.
Jacques era un chico de intensos ojos negros y abundante pelo cobrizo que, hacía algunas semanas (tres y dos días, exactamente) había muerto por un fallo cardiaco repentino. Yo hacía varios días que no le había visto y la noticia, que me llegó por un mail de parte de mi mejor amiga, me entristeció pero no llegó a causarme verdadero dolor emocional, después de todo, mi relación con aquel engreído de acento francés, aunque bastante guapo, se limitaba al sexo. Cosa que a nadie le hacía daño si no llegaba a oídos equivocados. Pero no siempre pasa como uno desea, así que cuando la novia, también francesa, descubrió que me había acostado un par de veces con su insatisfecho novio megalómano, decidió por cuenta propia que el fallo cardiaco había sido por mi culpa. Yo lo negué, los médicos los negaron, el perito superestirado lo negó, el juez falló a mi favor, etc.
Por eso estaba allí, escapando de la novia rencorosa y su hermana grandullona, que me seguían la pista de país en país, esperando a encontrarme para degollarme con sus uñas de carmesí.¿Lo positivo? Estoy recorriéndome Europa, mi sueño de toda la vida.
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