“Los corazones nunca serán prácticos hasta que puedan hacerse irrompibles”
No recuerda donde ha oído esa frase, pero se ha quedado escrita en su mente como si se la hubieran grabado con un hierro incandescente.
Ella no llora, pero tampoco ríe. El silencio se ha apoderado de sus cuerdas vocales y su mente ha sido invadida por un sufrimiento que va más allá de las fronteras de la locura.
Vive en los límites de la vigilia y la somnolencia. Pasea de un lado a otro sin rumbo fijo, a la deriva en un mar de pensamientos incoherentes que no la llevan a ninguna parte.
Se tumba en la cama y se abraza las rodillas. Su recuerdo es lo único que aún sigue intacto en su cabeza. Recuerda como su mano se entrelazaba a la perfección con la suya, como al abrazarse estaba tan cómoda mientras su aliento de rozaba el pelo, recuerda como sus labios dulces y ávidos se movían al compás con los suyos, cual melodía de una gran sinfonía. Todos esos gestos parecían estar creados expresamente para que encajaran a la perfección dentro del algo que, a fin de cuentas, no era tan perfecto. Una cruel broma del destino.
Mentiría si dijese que ya no le quiere. Mentiría si dijese que no le importa verle abrazando a otra chica. Mentiría si dijese que puede olvidar todo lo que ha pasado.
Pero no hay lugar para la mentira en el constante silencio. En las últimas semanas apenas ha comido, está delgada y su tez posee un color blanquecino. En las últimas semanas tan solo se ha dedicado a pensar en la razón de porque de pronto está tan sola.
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